Libertad de prensa y despotismo

Por Armando Alonso Piñeiro*

Es satisfactorio verificar que la libertad de nuestro país fue contemporánea con la creencia en la libertad de expresión. Y que cuando nuestros próceres se referían al tema, surgía inevitablemente la idea del despotismo como consecuencia de la  abolición de la libertad.

La conformación del periodismo en el mundo contemporáneo lo ha convertido en un poder a veces superior a uno de los poderes políticos legalmente constituidos. Ello se ha potenciado en las últimas décadas con la inserción del periodismo electrónico, en particular con la radiofonía y la televisión. En todos los casos se ha tratado de privilegiar la libertad de prensa, indispensable para su desenvolvimiento objetivo. Sin embargo, políticos afectados, gobiernos dictatoriales, intereses creados y otras fuerzas de distinta índole siempre han tratado de coartar, manejar o influir sobre esa libertad.

Ahora bien. ¿Cómo nació la libertad de prensa en la Argentina? Cuando la  Primera Junta de Gobierno decidió la publicación de la Gaceta de Buenos Ayres, ya había aparecido el Correo de Comercioque tuvo el raro privilegio de ser el último periódico de la era colonial y el primero de la época independiente. Debo subrayar la primacía de la publicación dirigida por Manuel Belgrano, en cuanto la Gaceta era un órgano oficial del gobierno, como lo siguió siendo  durante las sucesivas  autoridades, hasta su desaparición en 1821.

Antes de mayo de  1810  no se hablaba  ni se escribía sobre la libertad de prensa. Pero sólo dos meses y medio más tarde, en su edición del 11 de agosto de 1810, los lectores del Correo… se toparon con un ensayo de Belgrano titulado “La libertad de prensa es la principal base de la ilustración pública”. Sentada la premisa de la significación de esta libertad, el inminente creador de la bandera entendía que ella era “necesaria para la instrucción pública, para el mejor gobierno de la nación y para su libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se establezca”. Con lo cual, en pocas y precisas palabras, quedaba configurada la misión de la prensa: una función educativa y política.

El autor se explayaba aún más, recortando conceptos: “Para la instrucción pública, porque con ella se extienden y comunican las luces de los hombres estudiosos y sabios a los que no lo son, los cuales con más facilidad y menos trabajo aprenden lo que otros han inventado, han pensado y han leído (…) Si hay muchos que escriban, habrán más que lean, y más que hablen y  se ocupen de lo que se escribe y se lee”.

¿Y por qué era necesaria la libertad de prensa en lo que hace a la correcta administración de un país? “Porque los que  mandan y mandaren, no sólo procurarán mandar bien, sabiendo que cualquiera tiene la facultad de hablar y escribir, si  prefieren el bien público al suyo a otro en particular, y si  gobernaren bien, no tienen que temer que uno u otro  ignorante hable o escriba mal de lo que sea bueno, pues prescindiendo de que el gobierno puede y debe tener las mejores plumas para que ilustren y definan las buenas providencias, saldrán cien hombres sensatos y confundidos al atrevido ignorante y le quitarán la tentación de ser escritor”.

Pero también era indispensable para la libertad civil de la nación, porque con ella se modera la arbitrariedad y los abusos del poder público a través del control de la prensa. La posibilidad de un periodismo libre está en relación directa con la posibilidad de producir y conocer la existencia de más hombres talentosos, pero simultáneamente con el hecho de que estos hombres actúen con decoro y en el cumplimiento escrupuloso de sus obligaciones, pues la vigilancia permanente de la prensa actúa como control de las conductas. “Sólo pueden oponerse a la libertad de la prensa los que gusten mandar despóticamente”.

“A nadie se le quita ni ata la lengua porque con ella pueda injuriar ni las manos porque con ellas puede matar”.  (Manuel Belgrano)

Suponía Belgrano que quienes temían la libertad de prensa podrían temer en realidad un atentado contra la religión o contra la moral o incluso delitos como injurias. Pero la solución era bien sencilla: legislando contra tales demasías se evitaba o se castigaba el riesgo. “A nadie se le quita ni ata la lengua porque con ella pueda injuriar -añadía Belgrano a guisa de mordaz ejemplo-, ni las manos porque con ellas puede matar”. Se castiga, en efecto, a quienes abusan de la lengua o de las manos: “La pluma y  la prensa no son más dañosos por sí que la espada y las manos”.

Así como Manuel Belgrano fue el verdadero impulsor original de la libertad  de prensa en la naciente Argentina, quienes lo siguieron en la edición de otros periódicos continuaron forjando esta tradición y elaborando la  doctrina de la autonomía periodística. Así ocurrió con El Censor -apareció en Buenos Aires a lo largo de tres años y medio, entre 1815 y 1819-,  en cuyo número del 25 de abril de 1816 se encuentra un trabajo titulado, precisamente, “Libertad de prensa”. Era, en realidad, la reproducción de una nota aparecida en un órgano francés, pero su mera inserción encarnaba la fidelidad del semanario porteño a los principios de la libre opinión periodística. Veamos: “La escritura, así como la palabra, como los movimientos más simples, puede formar parte de una  acción, y debe ser juzgada como parte de esta acción si la acción es criminal. Pero si la escritura no es parte de la supuesta acción, debe, así como la palabra, gozar de una entera libertad de concedernos a la autoridad pública el derecho de prohibir la libertad de la opinión, la investiremos del  derecho de determinar sus consecuencias, y consagraremos la arbitrariedad en toda su latitud”.

Vale la pena reflexionar sobre estos pensamientos que, al ser reproducidos con fidelidad por el semanario porteño, implican su absoluta creencia en ello. Obsérvese que el desarrollo inicial asume la responsabilidad de la palabra escrita. Ya en  1816 se tenía la certeza de una responsabilidad profesional, que tiene la misma vigencia en nuestros días.

Pero simultáneamente con este compromiso  -que formaba parte del contrato social tan en boga en aquellos años- se enarbolaba el  derecho a la libertad. Prohibirla implicaba una clara arbitrariedad de la autoridad pública. Y proseguía más adelante: “Es indudable, además, que la libertad de la prensa perfecciona la sociedad, cultiva las artes, rectifica las ideas y sostiene al gobierno que no lucha contra la libertad pública”. Poco más adelante, una reflexión sin duda original: “No fue la  libertad de la prensa la que produjo la revolución de Francia; fue la larga privación de la libertad la que hizo al vulgo francés ignorante, crédulo, inquieto, y algunas veces feroz”.

Es satisfactorio verificar que la libertad de nuestro país fue contemporánea con la creencia en la libertad de expresión. Y que cuando nuestros próceres se referían al tema, surgía inevitablemente la idea del despotismo como consecuencia de la  abolición de la libertad.

Estas son lecciones que  gobernantes y políticos deberían aprender y aprehender, porque contribuirán a forjar un país más tolerante, desarrollado y generoso.

*Alonso Piñeiro ha publicado 92 obras, especialmente sobre historia argentina y americana, pero también de historia medieval, bizantina y europea, de filosofía, historia religiosa, política argentina e internacional, ciencias políticas y derecho internacional, de periodismo, literatura y publicidad y de lingüística y filología.