La revolución Sudamericana bajo el prisma español

Por Armando Alonso Piñeiro

Desde hace décadas los historiadores de distintas escuelas se han embarcado en una riesgosa polémica sobre el verdadero carácter insurreccional de los sucesos de mayo de 1810 en Buenos Aires. Algunos suponen que no hubo ningún intento separatista, y alegan para ello, entre otros argumentos, que los patriotas de la época eran excelentes católicos, incapaces de jurar falsamente.

Pero Alonso Piñero rescata un órgano de prensa español, contemporáneo de aquellos episodios, que viene a desmentir a los historiadores, con palabras que no dejan lugar a dudas.

Posiblemente la lección más importante que asimiló San Martín en aquel tiempo fue el desastre de la flota francesa de Abukir, a manos de otro héroe legendario: lord Nelson. Tal derrota significó como es sabido, la conquista del Mediterráneo para los ingleses y un golpe mortal para la expedición napoleónica a Egipto. Y decimos que constituyó la lección más importante, porque le enseñó algo que iba a recordar nítidamente dieciséis años después: que el dominio del mar era indispensable para emprender expediciones terrestres de largo aliento.

La Campaña de los Andes, sin hallarse aún imaginada por la mente de San Martín, estaba sin embargo ineluctablemente sellada antes de su concepción: el control del océano Pacífico se ligaba a la expedición contra los españoles en el norte.

Pero, entretanto, el drama se vivía en la península. Inclusive el drama que había estallado en las posesiones americanas. San Martín no podía ignorarlo, pues como hombre informado que era, debía leer los papeles de la época. Entre ellos, el “Semanario Patriótico”, cuya publicación en su tercera serie se reanudó en noviembre de 1810.

En la edición del jueves 22 de noviembre calificaba a las colonias sudamericanas de “provincias disidentes”. A menos de seis meses de los sucesos de Mayo en Buenos Aires, el órgano hispano conocía, por supuesto, qué había ocurrido, qué estaba ocurriendo y probablemente qué iba a ocurrir.

A fin de evitar lo inevitable, las Cortes acababan de debatir largamente la ratificación de las resoluciones  tomadas por la junta Central y el Consejo de Regencia que, en síntesis, propugnaban: “ser las Américas partes integrantes de la monarquía y sus naturales iguales en derechos a los españoles europeos; a suspender los procedimientos empezados contra las provincias disidentes en aquellos dominios; adoptar para América el método de elección prescrito para España, sin perjuicio de admitir como verdaderos representantes a los que ya viniesen nombrados por la regla establecida en el decreto de su convocación”.

Los diputados a las Cortes, según esta poca conocida publicación, trataron de cambiar la situación de las llamadas “provincias disidentes”, eufemismo con el cual se quería disimular el estallido revolucionario. Las leyes españolas, sostuvieron entonces, consideraban en igualdad a los naturales de América, quienes tenían “aptitud para toda clase de ministerios”. Y añadían que había que disculpar: “Los procedimientos de las provincias disidentes, Caracas y Buenos Aires, con la incertidumbre de las noticias que se recibían de la metrópoli, con la poca mejora que había tenido la suerte de aquellos países en las provincias tomadas hasta entonces respecto de ellos…”.

Los lectores españoles seguían ávidamente estas noticias, con la influencia que es de imaginar. “Caracas -insiste tres meses más tarde el órgano periodístico gaditano- fue la primera provincia que dio el ejemplo de la escisión: tumultuado el pueblo en el día 1 de abril pasado, y dirigido por varios sujetos que se decían diputados suyos, se apoderó de la fuerza militar y obligó al capitán  general don Vicente Emparán a que renunciase al mando”.

Pero el caso de Buenos Aires era bastante distinto. Los españoles se sorprendían, precisamente, de la diferencia de métodos: “Siguió a la alteración de Caracas la de Buenos Aires, si bien con tal moderación y compostura, que no daba en sus principios idea de un carácter tan funesto y trascendental. Sabida allí la invasión de las Andalucías, y no recibida de oficio la instalación de la regencia, ni su reconocimiento en España, el cabildo de la ciudad convocó al pueblo en el día 22 de mayo anterior, y después de una larga discusión se votó públicamente y resultó ser por mayoría de votos la subrogación del mando del virrey en el cabildo, ínterin se formaba una junta provisional de gobierno hasta la congregación de la general de las provincias”.

Desde hace décadas los historiadores de distintas escuelas se han embarcado en una riesgosa polémica sobre el verdadero carácter insurreccional de los sucesos de mayo de 1810 en Buenos Aires. Algunos suponen que no hubo ningún intento separatista -con lo cual no sólo la revolución en sí del 25 de mayo, sino todo el proceso político y militar posterior y la intervención de San Martín serían absurdos desde cualquier punto de vista-, y alegan para ello, entre otros argumentos, que los patriotas de la época eran excelentes católicos, incapaces de jurar falsamente.

Pero he aquí que un órgano de prensa español, contemporáneo de aquellos episodios, viene a desmentir a los historiadores, con palabras que no dejan lugar a dudas. Con palabras que el propio José de San Martín ha de haber leído inevitablemente fascinado por el desafío histórico y patriótico implícito en el complejo proceso que se desarrollaba allende el océano. “…aquellos que penetran más en lo interior de las intenciones políticas –explicaba sensatamente el “Semanario  Patriótico”-, y que no se pagan de las expresiones aparentes y formularias de juramentos, manifiestos y proclamas, dicen que el blanco a que se dirigen las turbulencias de América, es a su entera separación de la metrópoli, a erigirse en tantas potencias independientes como provincias, y a conseguir de este modo la prosperidad y la gloria a que sujetas a España les es imposible elevarse”. Para el vocero gaditano, “la fuerza de las cosas ha producido esta revolución y no está en la mano de los hombres destruirla ni contenerla”.

Son argumentos tajantes que revelan un estado de cosas en ebullición, pero no dejaba lugar a la más mínima duda. El “Semanario Patriótico”, no obstante, trataba de que los revolucionarios sudamericanos dieran marcha atrás, apilando razones y sinrazones: “¿Qué diremos nosotros a estos disidentes orgullosos? En vano la política les haría ver que sus provincias no tienen todavía ni la población, ni la industria, ni los recursos precisos a un pueblo para ser independiente. Que están demasiado adelantados aquellos naturales en los vicios y corrupción europea para fundar un Estado”.

Es de imaginar la sorpresa de los lectores como San Martín al reparar en un reconocimiento de culpas como la alegada “corrupción europea. Claro que para el menos avisado ello se convertía en una anfibología. Más aún: en un razonamiento a contrario sensu: precisamente el hecho de la corrupción europea, en este caso la española, era suficiente para desprenderse de los lazos políticos y jurídicos con la madre patria.

Empero, resultaba razonable la vehemencia de los monarquistas hispanos por conservar las antiguas relaciones institucionales. Y en el esfuerzo desplegado, adelantaban posibilidades verosímiles, como la de que “infaliblemente han de ser presa o de una potencia extranjera, o de la provincia que más activa o más feliz se vaya devorando las otras. Que dependencia por dependencia, vale más para ellos la de su Madre Patria, que otra cualquiera granjeada a costa de los torrentes de sangre, y de la devastación de la guerra civil”.

Se pintaba un cuadro sombrío, obviamente destinado a sembrar la incertidumbre y la desazón. Agregaba el anónimo articulista: “Que si ellos [los revolucionarios sudamericanos] se creen con derecho para separarse del Estado de que antes eran miembros, el mismo cabe a cualquiera distrito subalterno y a cualquiera pueblo de allí para no unirse ni separarse de ellos; pues no puede concebirse qué acción más fuerte en justicia pueda tener Buenos Aires sobre Montevideo, Caracas sobre Maracaibo, Santa Fe sobre Panamá”. En realidad, la argumentación era especiosa, porque desconocía la “acción más fuerte en justicia” que podían tener los Estados nombrados: sencillamente, la prosecución integral de los límites geográficos y jurídico-administrativos establecidos en las delimitaciones de los virreinatos.

Bien se puede pasar por encima de ello, no obstante, y detenerse en el  sombrío futuro que se preveía: “Que esta guerra civil será tan terrible como inevitable, primero por las  pretensiones, ambición, y desconfianza de unas provincias con otras; después por la sublevación de la casta india y las castas de color, que hallándose con los blancos en una proporción como de  diez a cuatro, les harán entender que la  supremacía en aquellos países debe corresponder a las clases más numerosas, más fuertes y más activas “.

 

Alonso Piñeiro ha publicado 92 obras, especialmente sobre historia argentina y americana, pero también de historia medieval, bizantina y europea, de filosofía, historia religiosa, política argentina e internacional, ciencias políticas y derecho internacional, de periodismo, literatura y publicidad y de lingüística y filología.