Un documento inédito: el informe de un agente secreto

Por Armando Alonso Piñeiro

Es sabido, por supuesto, que San Martín tuvo que apelar, entre otros medios, al espionaje metódico para preparar adecuadamente su Campaña Libertadora. El hecho es perceptible en líneas generales, habiéndose publicado algunas monografías sueltas. Pero no ha sido estudiado en profundidad ni se conocen muchos documentos al respecto.

El que gloso a continuación, sin embargo, es inédito. Lo he hallado en el Archivo Mitre de Buenos Aires. Se trata de un extenso informe secreto relativo a la situación imperante en Chile, con pormenores sobre sus acontecimientos militares y políticos. Son ocho compactas carillas tamaño oficio, con una letra apretada y elegante.

Sus aproximadamente cinco mil cuatrocientas palabras están firmadas con un nombre en clave: Aleman. En la primera foja, en su parte superior, se advierte con letra del general Mitre la inscripción, en lápiz, Manuel Rodríguez 1816, posiblemente el nombre real del espía e indudablemente la fecha del documento, que con letra original del autor se sitúa a “Noviembre 8”. Es indudable que la importantísima pieza llegó a poder del general Mitre luego de haber publicado éste su Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, ya que tampoco aparece en dicha obra.

Previsiblemente el remitente del informe secreto era un militar, hecho denunciado por ciertas frases y el profundo conocimiento que despliega de esa profesión. Pero lo que mayor asombro despierta es la minuciosidad del informe, sus prolijos detalles, la visión de conjunto, aun obviando algunos conceptos arbitrarios que no revelan gran objetividad.

El trabajo comienza con un examen del clima imperante en Chile: “El odio al español es general, generalísimo. Cada día aumenta más, y con más justicia. Se ha visto (acaso por primera vez en el mundo) que un pueblo padezca más y sea más agitado en la recontinuación de su sistema antiguo, que en la mayor fermentación de las revoluciones que lo pararon. Los españoles han abierto este ejemplo en la América del Sud. Están tan llenas todas las clases del Reino de este contagiante encono y son tantos y tan repetidos los insultos”. A la exposición del clima psicológico y patriótico, sigue una absoluta seguridad del corresponsal sobre la suerte de las armas argentinas: “Yo garantizo el triunfo. Si usted pisa Chile sin un contraste, duérmase tranquilo en el primer campamento, que Chile es libre”.

El agente secreto advertía que la concentración de tropas y armas se efectuaba en Santiago. Los realistas advertidos de la preparación de la campaña sanmartiniana, pasaban los días fortificando el terreno. De día enviaban partidas considerables, que regresaban de noche a sus cuarteles en contingentes pequeños, “diligencia que continúan mucho, para abultar doblemente las fuerzas”.

De tanto en tanto, el espía se aparta de la objetividad de sus informes, para efectuar apreciaciones que si bien son personales, traducen o intentan subrayar su fervor patriótico: “los españoles creen aún que los americanos nacieron para pasto de sus perros, como en los siglos oscuros de la horrorosa conquista. Esta Isabel y este Fernando pagarán los crímenes a que sus tocayos abrieron puerta”. Prudentemente, sin embargo, no tarda en volver a su trabajo específico, con admirable escrupulosidad: “Se han llamado todos los soldados hasta las guarniciones escasísimas de los pueblos subalternos y sus comandantes”. Así, informaba que de Valparaíso se habían trasladado trescientos hombres del cuerpo de Valdivianos y ciento cincuenta artilleros con diez cañones de montaña. Ello significaba que la guarnición de Valparaíso quedaba con 400 soldados de infantería y 50 artilleros. Entretanto, los fuertes presentaban un panorama dispar. El del norte, bautizado como Fernando Séptimo, “está completamente acabado: tiene un cañón de 24, 2 de 18 y 8 de menores calibres (…). En San Pablo está la maestranza, que desvela a los artesanos en el apronte de cureñas y demás preparativos”. En la capital, las autoridades españolas se esforzaban en acumular grandes cantidades de charqui, sebo, grasa y especialmente granos, los cuales no podían sacarse del Reino. “En Quillota -continuaba el misterioso Aleman– tiene Barañado doscientos sesenta colorados, los más reclutas, porque le han trocado los disciplinados, para partirlos en Dragones y Talaveras”.

Los talaveras eran unos 250, en su mayor parte chilotes, de los cuales cien estaban en Juan Fernández, mientras que en Coquimbo acampaba una compañía. En cuanto a carabineros, alcanzaban a 400, “en su mayor parte europeos y del Perú”. En Coquimbo había dos compañías de Chillanejos al mando de un oficial llamado José Díaz. En Curicó, su pequeña guarnición constaba de 18 soldados y un cañoncito de a 6.  La de Talca se componía de 40 hombres. En Chillán, entretanto, unos veinte cañones de diversos calibres estaban a cargo de guasos y artesanos. Otra fortificación, la de Villa Nueva, tenía 25 soldados. “Aún no se han destacado guardias de la Cordillera, si no es en la Guardia de Santa Rosa”, advertía el agente, quien luego analizaba la moral de las tropas. Ésta no parecía demasiado buena, por cuanto se habían producido algunos levantamientos.

A continuación, proseguía con sus detalles. Los Dragones de la Frontera eran 250. Los artilleros sumaban 400. Éste era “el cuerpo más descuidado en disciplina y en todo: lo completa una miscelánea de soldados de todos los cuerpos de la revolución, a que se inclinan, pero no hay de ellos pruebas efectivas particulares”. Por lo visto, a Aleman le parecía conveniente en ocasiones adoptar cierta cautela.

Por su parte, el parque contaba con treinta cañones de todos los calibres, aunque muchos desmontados, con los trenes muy maltratados. La mejor tropa realista era, a juicio del informante, la de Valdivianos, aunque los chilotas los aventajaban en subordinación y honradez. Puede inferirse de ello que la superioridad de aquellos sobre éstos residía en el valor. De los chillanejos -unos quinientos- no se arriesgaba opinión.

Entraba entonces el minucioso espía a clasificar las fuerzas por armamento. Los infantes de Concepción -compuesto por chilotes, chillanejos, talaveras y valdivianos- estaban todos armados con fusil y bayoneta. Los talaveras, por añadidura, cargaban espada, “armamento malo y maltratadísimo; el mejor es de Talaveras. Ningún cuartel tiene repuesto, y regularmente hay menos fusiles que soldados, ya por el maltrato, que siempre llena de ellos las fraguas del armero, ya por la deserción con armas”. Pero el panorama se equilibraba de pronto con la noticia de que Vigodet acaba de enviar desde Río de Janeiro 500 fusiles, mientras que se anunciaba una nueva remesa de 1.500. “No lo crea usted -decía no obstante Aleman-. En sus conversaciones secretas reniegan de los tales quinientos fusiles: dicen ser estratagema, para introducir el comercio extranjero”; que “el gabinete de Portugal, de acuerdo con el inglés, que auxilia a Buenos Aires, hace o presta unos auxilios que sólo producirán las ventajas de esa tropa en las más armas que encuentren, sin ser ellas capaces de mejorar el sistema español, que agoniza en Chile”.

En fin; le tocaba ahora el turno a las fuerzas de caballería. Éstas eran de la Concordia, Colorados, Dragones de la Frontera y Carabineros. Sus armas, tercerolas, carabinas, pistolas y los Dragones, espada y fusiles largos. Como Alguna tropa tenía fusiles recortados, el informante suponía que “no pueden tener duración, y muchos reventarán a primera descarga a causa de haberlos adelgazado mucho, para redondearlos y quitarles chaflanes”.

De todos modos, aun las pistolas parecían ser escasas: “Ningún soldado tiene dos, y no todos alcanzan una”. Había también referencias muy concretas al vestuario de la tropa. Los carabineros usaban chaqueta cardenillo con ojal y botón blanco, “tres hileras en la chaqueta, chaleco y pantalones blancos”. Su otro uniforme constaba de chaqueta y pantalón azul. En cuanto a los Húsares de la Concordia, vestían chaqueta colorada, ojal negro, tres hileras de botones blancos, chaleco y pantalones blancos. Reconocía el informante que la técnica era moderna en todos los cuerpos, siendo los Talavares los mejores disciplinados. Los ejercicios eran constantes, diarios, tanto de tarde como de mañana. El reclutamiento se aceleraba a fines de 1816, “pero es mayor la deserción”.

De los únicos datos que restan de interés en el precioso informe, queda la “intimidad de Marcó con su compadre Campillo, con Beltrán y Savier Ríos.  Éste ha sufrido algunos desaires”.

Sin ser éste el único informe secreto con que contó San Martín, sí resulta el más extenso, cuidadoso, prolijo, detallado. A primera vista parece advertirse cierta tendencia a acentuar sombríamente la eventual inferioridad bélica y psicológica de los realistas. Pero los fulminantes triunfos de Chacabuco y Maipú -pese al contraste de Cancha Rayada- de alguna manera iban a confirmar en el terreno de los hechos la procedencia de un trabajo tan minucioso, que sin duda San Martín debió someter a la verificación con otras fuentes, para luego actuar en consecuencia.

Alonso Piñeiro ha publicado 92 obras, especialmente sobre historia argentina y americana, pero también de historia medieval, bizantina y europea, de filosofía, historia religiosa, política argentina e internacional, ciencias políticas y derecho internacional, de periodismo, literatura y publicidad y de lingüística y filología.

Sin ser éste el único informe secreto con que contó San Martín, sí resulta el más extenso, cuidadoso, prolijo, detallado.