La independencia peruana vista desde Buenos Aires

Por Armando Alonso Piñeiro

Mientras  el ejército sanmartiniano se aprestaba en el Perú a sellar la independencia de ese país, en Buenos Aires se vivían, alternativamente, momentos de incertidumbre y de júbilo ante la posibilidad de concretar ese largamente esperado operativo. Uno de las más lúcidos comentaristas extranjeros en la Argentina, el ministro norteamericano John Murray Forbes, enviaba periódicos despachos al Secretario de Estado, John Quincy Adams. Las anotaciones de esos días cruciales revelan el clima expectante de la ex capital del virreinato rioplatense.

 

El 18 de enero de 1821, en efecto, señalaba Forbes: “La completa ausencia de noticias del ejército de San Martín, en los últimos tiempos, ha sido objeto de las más grotescas conjeturas, de parte de aquellos mal dispuestos hacia él y su empresa. Naturalmente que no faltan versiones diarias de reveses sufridos por este lejano ejército y se ha llegado hasta a firmar que San Martín estaba prisionero en Lima”. Avezado observador, Forbes no ignoraba el juego de los resentimientos, porque se apresuraba a reflexionar: “He visto tan a menudo en Europa cómo deforman los hechos, que no presto fácilmente oídas a simples derivaciones del resentimiento o el celo de los políticos”.

Este tipo de versiones no alarmaba al diplomático norteamericano, lo cual debe computarse significativamente, puesto que de alguna manera su posición era el reflejo del ambiente predominante. “Cada día aumenta la confianza en el triunfo de la campaña libertadora de San Martín y se esperan noticias de la rendición de Lima, de un momento a otro”, apuntaba el 29 de enero.

Dos meses más tarde, Forbes se hace eco, sin avalarlas, de noticias no confirmadas: “Desde hace tiempo no tenemos noticias de Chile. Algunos dicen que este gobierno las ha recibido, pero que las oculta. Flotan en el aire muchas conjeturas de reveses sufridos por San Martín y lord Cochrane en el Perú, pero nada se sabe de cierto”. El 18 de mayo, el observador norteamericano parecía levemente deprimido: “Un silencio intranquilizador se guarda aún sobre las operaciones del ejército de San Martín en el Perú. El 25 de mayo, aniversario de la independencia de este país, se acerca pesadamente, y si él va a ser un día de alegría o de sangre, es todavía secreto de la Providencia”.

A medida que transcurrían las semanas, el espíritu de Forbes se contristaba: “Las últimas noticias del Perú y de Chile tienen muy mal cariz -escribe a 3 de julio-. El éxito de la empresa de San Martín contra Lima, es ahora más que dudoso”.

Sin embargo, las versiones que recogía Forbes provenían del agregado a la embajada británica en Río de Janeiro, quien había permanecido por veinticuatro horas en Buenos Aires, procedente de Chile y en tránsito hacia Río de Janeiro, dos días antes de que Forbes comunicara las trascritas observaciones a Quincy Adams. En Chile, la situación política era especialmente confusa y dudosa, de manera que el origen de la información del diplomático inglés tampoco resultaba demasiado convincente, como el mismo Forbes no tardaría en verificarlo, ante la certeza de noticias más concretas. El 2 de septiembre reflexionaba que “su fama (la de San Martín) crece aquí día a día, en presencia de sus continuadas y extraordinarias proezas, y aún sus enemigos más irreconciliables, admiten que él combina mayores recursos y habilidad, que ningún otro jefe de este lado de los Andes”.

Entrando de lleno en los hechos, agregaba: “Las últimas noticias llegadas de Lima son mucho más favorables a San Martín…”. Y el mismo día, en comunicación anexa: “mientras escribo este despacho, salvas de artillería y ruidosas demostraciones callejeras de alegría, anuncian la ocupación de Lima, por el ejército sitiador de San Martín. Si esta noticia es cierta, ella sella la independencia de Sud América. La reyecía española, perdida su última esperanza en estas Provincias e iluminada por un gobierno representativo, reconocerá, yo creo que dentro de seis meses, su independencia”.

Este último despacho de Forbes prueba que ya el 2 de septiembre llegó a Buenos Aires la noticia de la caída de Lima, pero la confirmación oficial se produjo el 26, cuando el gobernador Martín Rodríguez recibía una comunicación de San Martín ratificándole la rendición de la capital peruana, con el acompañamiento de los impresos limeños que daban cuenta del suceso: “… la fama de San Martín –proseguía el diplomático norteamericano- se ha acrecentado, por su moderación y su respeto hacia la opinión pública, manifestado en esta gran ocasión. Todo aquí respira alegría y promisorias esperanzas del perfeccionamiento político”.

Para los porteños, el triunfo sanmartiniano sobre los realistas en la capital peruana constituyó un motivo de regocijo, al cual el gobierno encabezado por don Martín Rodríguez no fue ajeno. “Un acontecimiento de tanta consecuencia y que marca el término de la guerra de la Independencia –escribía Rivadavia al decretar la celebración de un tedeum en acción de gracias-, corresponde celebrarse por la capital de Buenos Aires del modo más auténtico y digno del motivo que lo causa”.

A las cinco de la tarde del 27 de septiembre de 1821, las autoridades del Cabildo y de otras corporaciones ciudadanas se hicieron presentes en la Fortaleza, reuniéndose con el gobernador y sus ministros. Se cruzaron luego hasta la Catedral, celebrándose allí el solemne acto conmemorativo.

Por otra parte, la ciudad fue iluminada durante tres noches consecutivas, en cuyo transcurso se dispararon docenas de bombas, cohetes voladores y bombas de estruendo.

El júbilo de Buenos Aires era inexplicable, no solamente por el peso natural de acontecimientos de tanta envergadura, sino también por el factor psicológico de que durante meses se venía soportando una aguda tensión, derivada de la incertidumbre y el desconocimiento de lo que ocurría en el Perú.

La caída de Lima

¿Y qué ocurría, exactamente, en el Perú?

A los nueve meses de arribar el ejército sanmartiniano, las tropas del virrey José de la Serna se retiraron precipitadamente y el Libertador ocupó la capital limeña, lo que hizo el 10 de julio. Instalado el cuartel general del Ejército Libertador en  Mirones, el vencedor salió de él el día 13 para visitar protocolarmente al arzobispo de Lima y al marqués de Montemira, don Pedro José de Zárate y Navía, quien había quedado como gobernante interino ante la retirada de la Serna..

El 14 de julio San Martín pidió al Ayuntamiento la convocatoria de una asamblea a fin de jurar la Independencia. Al día siguiente se celebró la reunión, en cuyo trascurso los presentes decidieron proclamar “la independencia del Perú, de la dominación española y de cualquiera otra extranjera”.

Faltaba, no obstante, el acto de la proclamación y juramento, para cuya celebración se eligió el día 28 de julio por la mañana. En la oportunidad, una numerosa comitiva integrada por autoridades de la Universidad de San Marcos, prelados, jefes militares, oidores y cabildantes, jinetes todos en caballo ricamente enjaezados, se sumó a la guardia de caballería, la guardia de alabarderos de Lima, los húsares integrantes de la escolta de San Martín, el batallón número 8 portando banderas de la Argentina y Chile y la artillería debidamente equipada con los respectivos  cañones. Todo este solemne aparato humano precedía al mismo San Martín, quien acompañado del gobernador político y militar, teniente general de Montemira, del estado mayor y de los generales del Ejército Libertador, salió de palacio en dirección a la Plaza Mayor.

Allí, en medio de un imponente escenario, San Martín procedió a enarbolar el pendón con el nuevo escudo de armas de la ciudad, pronunciando las siguientes palabras: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende”.

A continuación, agitó el estandarte a los gritos de “¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!, expresiones acompañadas por el estruendo de los cañones, el repique de las campanas y el alborozo de la gente, que arrojaba desde los balcones gran cantidad de monedas.

La comitiva repitió la ceremonia en distintas plazas de la ciudad, y al retornar a la Plaza Mayor se reunió con el almirante Cochrane, quien se hallaba en una galería del palacio gubernamental. Al día siguiente se celebró un tedéum en la Catedral con asistencia del Arzobispo, y en la posterior misa solemne en acción de gracias pronunció una oración el franciscano Jorge Bastante. Esa misma noche San Martín ofreció una recepción en el Palacio, con lo cual se clausuraron los actos formales de proclamación de la Independencia.

 

Alonso Piñeiro ha publicado 92 obras, especialmente sobre historia argentina y americana, pero también de historia medieval, bizantina y europea, de filosofía, historia religiosa, política argentina e internacional, ciencias políticas y derecho internacional, de periodismo, literatura y publicidad y de lingüística y filología.